Una chica cualquiera by Arthur Miller

Una chica cualquiera by Arthur Miller

autor:Arthur Miller [Miller, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1992-04-23T00:00:00+00:00


Capítulo segundo

Al recordarlo más adelante, su colisión con Lionel Mayer le parecería dolorosamente vulgar, pero en el momento en que sucedió la hizo salirse de la rutina de su antigua vida. Él y su esposa Sylvia, una organizadora izquierdista de la Asociación de Periodistas, eran amigos suyos desde hacía años y él había sido destinado como oficial de prensa a la división de Sam. Aquel otoño, cuando le mandaron a vivaquear durante cinco días, Sam le pidió a Lionel que la llevase a cenar a Lovelock, renunciaba con ello a fingir que su mujer vivía feliz haraganeando por los campamentos del ejército. Janice se sentía algo nerviosa antes de la cita; Lionel, cuya ambición era llegar a ser una estrella de cine después de la guerra, tenía cuatro años menos que ella. Con su abundante pelo negro rizado, sus poderosas manos y un picante sentido de lo extravagante, parecía estar alentando siempre la curiosidad que ella sentía por él; Janice había observado que él casi perdía el hilo de la conversación al mirar a las mujeres, y le resultaba fácil provocarle para que actuase para ella contándole sus atrevidas historias y chistes. Ella había llegado a creer que él deseaba hacerle el amor, algo difícil de conciliar con sus principios y la timidez para con su esposa… Hasta que pensó en su propio comportamiento.

Nunca había estado a solas con él en un sitio desconocido y él se mostró completamente diferente durante la cena, le tomaba la mano por encima de la mesa, casi se le ofrecía con una mirada cargada de intención. Al calcular el riesgo, ella pensó que aquello parecía mezquino; estaba claro que él no querría deshacer su matrimonio más de lo que ella quería destruir el suyo.

—Tienes los ojos grises —dijo él con cierta avidez que ella encontró absurda y necesaria.

—Los dos, sí.

Él se echó a reír, aliviado de no tener que continuar la maniobra. Mientras volvían andando a la parada de autobús después de salir del restaurante vieron el letrero del hotel Rice sobre sus cabezas, se miraron y sonrieron, y las entrañas de Janice cedieron como arena. Si alguien la reconocía mientras subía la ancha escalera de caoba con él, le daba igual; resolvió de forma confusa no detener la fuerza que la llevaba hacia delante y la sacaba de una vida muerta. Lionel descendió sobre ella como una ola, derribándola, invadiéndola, haciendo añicos su pasado. Ella había olvidado qué punzadas de placer permanecían dormidas en sus ingles, qué mareas de sentimientos podían inundar su cerebro. Más tarde, en su casita, dejándose resbalar al fondo de su pozo, examinó su cara saciada en el espejo del cuarto de baño y vio lo solapadamente femenina que era en realidad, lo sombría y falsa, y se guiñó un ojo, feliz. Por un instante pasó por su mente el pensamiento de que se sentía libre una vez más, como cuando murió su padre.

Al despedirse de Sam Fink con un beso la noche en que él zarpaba rumbo a



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